Hablemos de algo más serio. De la
hipocresía reinante en nuestra sociedad. Del “soy ferviente defensor (para lo
que me interesa, para lo que no, no)”.
Mi indignación se acrecienta a
medida que visito más blogs y veo más artículos sobre el machismo en el
marketing.
No me malinterpreten. Soy la
primera que se opone rotundamente a la discriminación hacia la mujer, la
primera que abandera la causa a favor de la igualdad, la primera que se
encarará ante el típico machista que con copa de afterwork en mano se dedique a
exclamar, lo suficientemente alto como para que todas las mesas de ejecutivos
que le rodean lo escuchen, la incompetencia de las mujeres de negocios.
Pero seamos consecuentes, por
favor. Consecuentes con lo que decimos, defendemos, y con cómo actuamos. No
enseñen los dientes como mujeres indignadas ante un anuncio sexista de
perfumes, y después se lleven las manos a la cabeza si ven que su hijo le ha
cogido las muñecas a su hermana para jugar.
Deténganse durante medio minuto a
pensar qué es para ustedes el machismo, el sexismo, la desigualdad por razón de
sexo, y la igualdad que buscamos. Y entonces, a lo mejor, se darán cuenta de
que habían unido sin prácticamente darse cuenta conceptos erróneos, etiquetado
muy a la ligera, delimitado líneas equivocadas como fronteras.
Y es que sí, cierta y
desgraciadamente, la publicidad se ha caracterizado desde hace décadas por ser
machista, y definamos esto: publicidad que se caracteriza por percibir y hacer
percibir a la mujer como objeto sexual, como ama de casa, y como prolongación
del hombre.
En palabras de Simone de
Beauvoir: “El ideal de la belleza femenina es variable; pero ciertas exigencias
permanecen constantes; entre otras, y puesto que la mujer está destinada a ser
poseída, es preciso que su cuerpo ofrezca las cualidades inherentes y pasivas
de un objeto”.
De un objeto. Cualidades
inherentes y pasivas de un objeto de deseo, de una cosa; y no de una persona
con vida propia, sentimientos propios, cualidades propias, y deseos también
propios.
Y, claro está, podríamos
prolongar la visión de anuncios que ejemplificasen esto durante horas, días,
meses e incluso años, con una variedad de material publicitario inigualable. De
entre ellos:
En cuanto a la visión de la mujer como ama de casa, y como prolongación del hombre, aquí seguimos en el siglo XXI apostando por ello. Y, lo peor de todo, es que ante una protesta de este tipo de visión nos responderían los publicistas que ellos “se han adaptado a los tiempos”, y que ya no se observa a una mujer exclusivamente destinada a las tareas de su hogar, sino que también tiene su sitio en el mercado laboral. Es decir, no sólo se tiene que ocupar de las tareas domésticas, sino que ahora tiene que dividir su tiempo entre la jornada laboral igual a la que realiza el hombre y las tareas de la casa que siguen percibiéndose como una responsabilidad de ella.
Pero, señores y señoras, me
atrevería a afirmar que, de la gran mayoría de la sociedad que se opone al
machismo, ni un 2% se sorprende, mientras está sentado en el sofá de su casa
tranquilamente viendo la televisión, de que sea una mujer la que pone la
lavadora con Skip, o plancha eligiendo Siemens como marca, o le da un Actimel a
sus hijos en el desayuno, o les prepara la merienda con Nutella. Y tampoco
cuando una mujer espectacularmente bella nos ofrece un perfume con su cuerpo
desnudo de fondo, ni cuando la chica cae rendida a los pies de todo aquel que
utilice AXE. Y aquí es cuando yo expongo mis ideas, y el por qué de mi
indignación.
No nos debemos de sentir
culpables por no sorprendernos ante un anuncio en el que la mujer le prepara la
merienda a sus hijos, sino por sorprendernos ante un anuncio en el que lo
hiciese el padre. No nos debemos de sentir culpables por querer tener un perfume
que le guste a los que nos rodean, sino por sentir que sin él no gustamos.
No tiene nada de malo aprovechar
las características que nos definen. Y si una mujer es cariñosa, y se preocupa
por sus hijos, y sabe cocinar de forma espectacular, ¿por qué no va a mostrar
su lado más tierno con sus hijos y su marido, y sus dotes como cocinera? .
El
problema llega en el momento en el que asumimos eso como responsabilidad
inherente a la mujer, como algo que pertenece a su ámbito de tareas, sí o sí.
Puede que a una mujer le reste puntos no saber cocinar, pero, ¿el marcador del
hombre permanece igual si tampoco sabe?.
Seamos conscientes de que un alto
porcentaje de lo que somos se lo debemos a la herencia. Y si en nuestra casa
siempre ha sido nuestra madre la cocinera por excelencia, y nos ha transmitido
a sus hijas sus dotes, nosotras vayamos a cocinar en la nuestra. Pero eso no
puede significar que demos por hecho que nuestro marido no pueda aprender de
nosotras para que, el día de mañana, sea él el que se encuentre al pie del
cañón con los fuegos de la cocina a pleno rendimiento y la mesa puesta. Ese es
el objetivo, esa es la idea. Aprender los unos de los otros.
Es tan surrealista pensar que el
cambio en la sociedad se produce por arte de magia, como pensar que se produce
de la noche a la mañana. Porque entonces estaríamos pensando y actuando de
manera incoherente, siendo fervientes defensores (para lo que nos interesase
sí, y para lo que no, no).
No estoy en contra de las manifestaciones y las llamadas de atención a la sociedad, pero sí en contra de que después de recorrer las calles de su ciudad defendiendo lo que dicen principios, lleguen a su casa y continúen educando a sus hijos en los mismos prototipos diferenciadores entre el rosa y el azul, las cocinitas y los coches, en el enseñar a la niña a limpiar los azulejos mientras el niño juega con la consola. Eduquen en la verdadera igualdad, dense cuenta de que ese es nuestro deber como sociedad que busca una posición justa para la mujer.